Setenta años después de la masacre de La Siberia, la tierra del cementerio San Juan Bautista de Chaparral vuelve a remover el silencio. La Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas (UBPD) adelanta una intervención forense en este camposanto del sur del Tolima, con el propósito de localizar los restos de campesinos asesinados en abril de 1956 durante la dictadura del general Gustavo Rojas Pinilla.
El hecho, uno de los más dolorosos en la historia del departamento, dejó más de 300 víctimas mortales y decenas de desaparecidos tras una operación militar ejecutada como represalia por la muerte de tres soldados. Las veredas La Siberia y Santo Domingo fueron arrasadas, y cientos de familias quedaron marcadas por el miedo y el silencio.
“Era plena época de cosecha, cuando llegaron a fusilar sin piedad”, recuerda don Pedro Joaquín Cocomá, un hombre de casi 80 años que tenía apenas 11 cuando vio cómo su hermano Valeriano y su tío Domingo fueron asesinados. Su testimonio, junto al de otros sobrevivientes, ha sido clave para que la UBPD reconstruya lo ocurrido hace siete décadas y trace posibles lugares de inhumación.
La intervención de la UBPD se concentra en tres puntos del cementerio, identificados como sitios de interés forense. Uno de ellos es el “Mausoleo Familiar de Luis Moreno”, construido por la comunidad años después de la masacre. Según los relatos de las familias, allí fueron depositados 17 cuerpos recuperados por campesinos de la zona, encabezados por doña Oliva Alfonso de Moreno, una mujer que, sola y con tres hijos pequeños, decidió exhumar los cuerpos de su esposo y de otros vecinos.
“Mi madre fue al monte a rescatar los cuerpos. No sabía con certeza cuáles eran, pero quiso traerlos al pueblo y darles una sepultura digna”, cuenta Dagoberto Moreno, hijo de Oliva, quien tenía cuatro años cuando su padre fue asesinado. Hoy, con 74 años, sigue participando activamente en los procesos de búsqueda y memoria impulsados por la UBPD.
Este trabajo, según la directora de la entidad, Luz Janeth Forero, representa una oportunidad única para saldar una deuda histórica. “La intervención en Chaparral busca dar respuestas sobre desapariciones que datan de mediados del siglo XX. Es un paso importante para ampliar la comprensión de lo que significó la violencia en el Tolima”, explicó.
Los investigadores de la UBPD han recurrido tanto a testimonios orales como a fuentes documentales. Entre ellas, el libro Chaparral: una Ciudad con Historia (1997), que narra cómo, tras la emboscada a una patrulla militar a orillas del río Tetuán, el Ejército emprendió una brutal represalia en las veredas aledañas. “Cerca de quinientas personas fueron asesinadas en esa forma y enterradas en fosas comunes, a partir de aquel terrible 25 de abril”, relata el texto.
Entre los buscadores también está don Ancízar Barreto, quien conserva en un álbum casero las fotografías de su padre, Luis Alberto Barreto Ramírez, desaparecido en la masacre cuando él tenía apenas seis meses de nacido. Ese álbum, hecho con cartulina negra y hojas de mantequilla, se ha convertido en una valiosa fuente para los investigadores. “Es lo único que me queda de mi papá”, dice, mientras entrega las imágenes al equipo forense.
Las historias se repiten en distintas familias del sur del Tolima. Los hermanos Méndez Martínez siguen buscando a su padre y hermano, Adelmo y Arturo, desaparecidos aquel 25 de abril de 1956. “Mi madre supo que mi papá estaba entre los muertos porque reconoció su encendedor”, cuenta Lilia Méndez, de 84 años.
Pese al paso del tiempo, la esperanza no se ha extinguido. “Las personas quieren respuestas, cerrar ciclos de dolor y dejar constancia de lo ocurrido para que no se olvide”, afirma Claudia Beltrán, investigadora de la UBPD. Para ella, la búsqueda no es solo un ejercicio forense, sino un acto de reparación y dignificación de la memoria.
El proceso en Chaparral también incluye la recolección de muestras genéticas de familiares que buscan a sus desaparecidos en municipios como Planadas, Rioblanco, San Antonio, Ataco, Roncesvalles y Coyaima. Con ellas, la UBPD espera contrastar resultados y avanzar en las identificaciones.
Mientras los equipos de la entidad trabajan entre lápidas antiguas y tumbas sin nombre, los descendientes de las víctimas se aferran a la fe. Algunos llevan fotografías, otros flores o velas, y todos comparten un mismo deseo: que la tierra, finalmente, devuelva la verdad.
Porque, setenta años después, en Chaparral aún resuena el eco de una frase que muchos repiten con esperanza: “la verdad también se desentierra.”
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