
Festival Folclórico se convierte en plataforma de reconciliación nacional ante discursos de odio
En un contexto nacional marcado por la creciente polarización política y social, el lanzamiento de la edición 51 del Festival Folclórico Colombiano se transformó en una tribuna para la reflexión sobre los desafíos contemporáneos que enfrenta el país. Alexánder Castro, secretario de Cultura y Turismo del Tolima, utilizó este escenario emblemático para advertir sobre el auge de los discursos de odio y reivindicar el papel transformador de la cultura como herramienta de reconciliación.
La cultura como resistencia histórica ante la violencia
Durante el acto inaugural, Castro estableció un paralelismo histórico que conecta el origen del festival con las circunstancias actuales del país. "Vivimos la violencia partidista de los años 50, luego nos tocó la violencia guerrillera, la violencia del narcotráfico, la violencia del paramilitarismo. Y ahora dicen que nos quieren imponer una violencia, la violencia ideológica, la violencia de los odios", declaró el funcionario, trazando una línea temporal que evidencia cómo Colombia ha enfrentado múltiples formas de confrontación a lo largo de su historia.
Esta perspectiva histórica no solo contextualiza la relevancia actual del festival, sino que también reafirma su papel como respuesta cultural a los ciclos de violencia que han marcado la experiencia nacional. La comparación entre las violencias del pasado y los discursos de odio contemporáneos establece una continuidad en la función social del festival como espacio de resistencia pacífica.
Los orígenes del festival como acto de resistencia cultural
La evocación del contexto fundacional del festival adquiere especial relevancia en el discurso de Castro. En 1959, en medio de una Colombia dividida y enlutada por la violencia política, surgió la idea de crear un festival que diera paso al arte como lenguaje común y al folclor como símbolo de identidad nacional. Esta génesis del evento, liderada por figuras visionarias como Adriano Trivín, Guillermo Angulo y el maestro Zambrano, representa un ejemplo paradigmático de cómo la cultura puede emerger como alternativa constructiva en momentos de crisis social.
El gesto fundacional del festival trasciende la mera organización de un evento cultural para constituirse en un acto deliberado de construcción de identidad nacional a través del arte. Esta dimensión fundacional cobra particular relevancia en el contexto actual, donde los organizadores buscan recuperar ese espíritu transformador original para enfrentar los desafíos contemporáneos de fragmentación social.
El festival como afirmación colectiva frente a la fragmentación
Más allá de su componente artístico y recreativo, el Festival Folclórico Colombiano ha funcionado históricamente como un mecanismo de afirmación colectiva frente a los procesos de fragmentación nacional. Castro reafirmó el compromiso del Tolima con la defensa de la vida, la alegría y los valores compartidos, declarando: "Por supuesto, nos oponemos a la violencia. Por supuesto, nos oponemos a la confrontación".
Esta posición institucional establece una clara diferenciación entre el proyecto cultural que representa el festival y las dinámicas de confrontación que caracterizan el debate público nacional. El Tolima se posiciona, a través de su festival emblemático, como territorio de encuentro y diálogo, contrastando con espacios donde prevalece la polarización.
Un mensaje de unidad que trasciende las diferencias políticas
El discurso de Castro incluyó una declaración explicita sobre la vocación integradora del festival y del departamento: "Nosotros desde aquí le decimos al país que somos una tierra de fraternidad, de unidad, de hermandad para ponernos de acuerdo en principios y en valores, sin importar los colores". Esta afirmación establece una propuesta concreta de convivencia que privilegia los valores compartidos sobre las diferencias partidistas o ideológicas.
La referencia a "los colores" alude directamente a las identidades políticas tradicionales que han dividido históricamente al país, proponiendo un espacio de encuentro que trasciende estas divisiones. El festival se presenta así como un territorio neutral donde pueden confluir diferentes perspectivas políticas en torno a valores fundamentales compartidos.
La libertad como eje articulador del mensaje festivalero
El clímax del discurso de Castro se centró en una proclamación enfática que articula diferentes dimensiones de la libertad: "Aquí gritamos libertad y vida. Aquí gritamos libertad y alegría. Aquí gritamos libertad y unidad". Esta triple invocación de la libertad establece una conexión conceptual entre la celebración cultural y los valores democráticos fundamentales.
La libertad aparece aquí no como concepto abstracto, sino como experiencia concreta que se manifiesta en la celebración de la vida, la expresión de la alegría y la construcción de unidad social. Esta conceptualización de la libertad a través de la experiencia cultural ofrece una alternativa a los discursos políticos tradicionales, proponiendo una comprensión más integral y vivencial de los valores democráticos.
El festival como símbolo nacional de unidad
La caracterización del Festival Folclórico Colombiano como "símbolo de unidad del país" y "el festival de festivales" le otorga una dimensión que trasciende lo regional para proyectarse como referente nacional. Esta proclamación posiciona al evento ibaguereño como paradigma de lo que pueden lograr las manifestaciones culturales cuando se orientan conscientemente hacia la construcción de tejido social.
La denominación como "festival de festivales" establece una jerarquía simbólica que reconoce la preeminencia del evento tolimense dentro del panorama festivalero nacional. Esta caracterización no solo refleja la importancia histórica y cultural del festival, sino que también le asigna una responsabilidad especial en el contexto de reconciliación nacional.
Programación integral para la reconciliación cultural
La edición 51 del Festival Folclórico Colombiano se desarrollará desde el 12 hasta el 30 de junio en Ibagué, con una programación diversificada que incluye desfiles, conciertos, ferias artesanales y espacios académicos. Esta amplia agenda refleja una concepción integral de la cultura que abarca tanto la dimensión espectacular como la formativa y la comercial.
La duración extendida del festival, que se extiende durante casi tres semanas, permite un desarrollo gradual de diferentes actividades que pueden impactar diversos sectores de la población. Los espacios académicos, en particular, añaden una dimensión reflexiva que complementa los aspectos celebrativos tradicionales, creando oportunidades para el análisis y la discusión constructiva sobre el papel de la cultura en la sociedad.
La cultura como herramienta reconstructiva del tejido social
El mensaje central que emerge del lanzamiento del festival establece una relación directa entre cultura y reconstrucción social. En un país marcado por las divisiones, la cultura no solo entretiene, también reconstruye, síntesis que encapsula la filosofía que orienta esta edición del festival.
Esta perspectiva otorga a las manifestaciones culturales una función social activa que va más allá del entretenimiento para asumir responsabilidades en la reparación de las fracturas sociales. El festival se convierte así en un laboratorio de convivencia donde se experimenta con formas alternativas de relacionamiento social basadas en el disfrute compartido y el reconocimiento mutuo.
Proyección nacional de un mensaje tolimense
El lanzamiento del Festival Folclórico Colombiano trasciende su dimensión local para constituirse en una propuesta nacional de reconciliación a través de la cultura. El mensaje de Alexánder Castro representa una voz tolimense que se proyecta hacia el conjunto del país, ofreciendo una alternativa constructiva a los discursos de confrontación que predominan en el debate público nacional.
Esta proyección nacional del mensaje festivalero evidencia cómo los eventos culturales regionales pueden asumir roles protagónicos en los procesos de construcción de identidad nacional y reconciliación social, demostrando que la cultura constituye un patrimonio común capaz de generar espacios de encuentro en medio de la diversidad y la diferencia.
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