
Así protegen 140 familias campesinas del Huila, el corazón verde del departamento
Desde la cima de la vereda Arrayanal, en el municipio de Rivera, Huila, se extiende una iniciativa que está sembrando más que frijol y maíz, está cultivando esperanza, sostenibilidad y respeto por el medioambiente. Reinel Gómez y Silvia Montaño son solo dos de las cerca de 140 familias campesinas que hoy hacen parte de un proyecto liderado por la Corporación Autónoma Regional del Alto Magdalena (CAM), que busca transformar las prácticas agrícolas en zonas estratégicas del departamento.
Este modelo de producción sostenible ha llegado como una respuesta concreta a los desafíos del cambio climático, la degradación del suelo y la creciente presión sobre los recursos naturales. En lugar de prácticas tradicionales que muchas veces implican el uso excesivo de químicos o la tala de bosque nativo, las familias están adoptando técnicas agroecológicas que conservan el entorno y aseguran el sustento de futuras generaciones.
“La finca San Agustín, en Rivera, fue una de las primeras en sumarse a este modelo agroecológico. Hoy es un ejemplo para la región”, asegura Jenny Fernanda Ramírez, profesional de la CAM.
Gracias a la implementación de estas prácticas, se ha logrado no solo mantener la productividad de los cultivos, sino también recuperar áreas degradadas y reforestar zonas de amortiguación del Parque Natural Regional Siberia Ceibas.
Este parque, que cubre territorios de seis municipios del Huila como Baraya, Tello, Rivera, Neiva, Campoalegre y Algeciras, es clave para la conservación de fuentes hídricas, biodiversidad y regulación climática. Por eso, el trabajo con los campesinos en su zona de influencia se ha vuelto prioritario. Cada hectárea protegida, cada árbol sembrado, representa una inversión en agua limpia, aire puro y equilibrio ecológico.
“Dentro de las áreas protegidas del Huila, reconocemos la importancia de las comunidades al interior de estas áreas protegidas, por lo que hemos identificado algunos proyectos como del frijol o maíz, que se pueden desarrollar al interior de estas áreas de una manera sostenible y amigable con el medio ambiente”, agregó Jenny.
El proyecto de sistemas productivos sostenibles también ha fortalecido el tejido social y comunitario. Las familias reciben acompañamiento técnico, insumos orgánicos y capacitaciones que les permiten mejorar sus cultivos sin comprometer los ecosistemas. Además, algunos productos están empezando a comercializarse con valor agregado, abriendo nuevas oportunidades económicas y mejorando la calidad de vida en el campo.
“Se establece que se sigan garantizando estas actividades agrícolas, pero en una extensión más reducida y con los insumos que son menos dañinos para el suelo. Hacemos capacitaciones para que se trabaje sin dañar los ecosistemas, nos encargamos de enseñar a cómo producir de una manera más amigable”, puntualizó Jenny.
Uno de los logros más significativos ha sido el cambio de mentalidad. Hoy, los productores no solo cultivan para comer o vender, sino también para proteger. Han comprendido que cuidar el suelo, sembrar diversidad, conservar fuentes de agua y no talar árboles no es una carga, sino una oportunidad. La sostenibilidad dejó de ser un concepto ajeno para convertirse en una práctica diaria y tangible.
Esta transformación del campo huilense también representa una oportunidad para replicar modelos de agricultura responsable en otras regiones del país. En un contexto donde la seguridad alimentaria y la emergencia climática ocupan un lugar central en la agenda nacional, el ejemplo de estas 140 familias demuestra que sí es posible cultivar sin destruir.
En definitiva, el proyecto de la CAM no solo está fortaleciendo la producción de frijol y maíz, sino también sembrando raíces más profundas como son e respeto por la tierra, la defensa del agua y la construcción de un futuro más justo y sostenible para todos.