Camelia de Colombia
Camelia de Colombia
Alerta Tolima por Tatty Umaña
15 Jun 2025 08:43 AM

La guardiana del folclor tolimense que lucha contra la pérdida de nuestras tradiciones

Tatty
Umaña G.
Camelia de Colombia denuncia que profesores piden trajes brasileños y árabes en lugar de rescatar nuestro folclor tolimense tradicional.

En una conversación íntima y reveladora, Camelia de Colombia emerge como una voz autorizada que clama por el rescate de nuestras tradiciones folclóricas, mientras observa con preocupación cómo se distorsiona la esencia del patrimonio cultural tolimense. Su testimonio trasciende lo anecdótico para convertirse en un llamado urgente a la preservación de nuestra identidad.

Los primeros pasos hacia la danza: rebeldía y pasión

La historia de Camelia con el folclore comenzó en los pasillos del colegio Santateresa, donde estudiaba como interna. Su padre, quien ejercía como senador en aquella época, se oponía rotundamente a que su hija participara en actividades de danza. Esta resistencia familiar no logró apagar la llama de la pasión que ardía en el corazón de la joven estudiante.

El conflicto alcanzó su punto álgido durante los preparativos para el Día de la Raza, cuando todos los colegios participaban con sus danzas en el Teatro Tolima. La anécdota del cabello cortado se convirtió en el detonante de una crisis familiar que marcaría para siempre su relación con el folclore. La profesora, ante la imposibilidad de que el largo cabello de Camelia entrara en el sombrero del traje masculino que debía usar, tomó la decisión de cortárselo sin consultar a la familia.

La reacción del padre fue inmediata y severa. "No he mandado a mi hija al colegio para que sirva de payaso de nadie, quiero una hija intelectual", fueron las palabras que resonaron en los pasillos del colegio, seguidas de un castigo que la mantendría interna durante un año completo, sin navidad ni salidas. Sin embargo, Camelia conserva en su memoria el momento de triunfo: "Pero bailé", recuerda con una sonrisa que trasciende el tiempo.

El silencio impuesto y el renacer artístico

Los años posteriores estuvieron marcados por un matrimonio que impuso nuevas restricciones a su expresión artística. Su esposo, descrito como profundamente machista, le prohibía incluso escuchar bambuco, guabina y sus músicas tradicionales preferidas. Esta etapa de silencio forzado se extendió hasta que la separación matrimonial coincidió con uno de los períodos más difíciles de su vida.

La crisis de salud que enfrentó Camelia se convirtió paradójicamente en el catalizador de su renacimiento artístico. Tras ser diagnosticada con cáncer y someterse a cirugía en la Fundación Santa Fe de Bogotá, utilizó su período de convalescencia para estudiar diseño de modas con Arturo Tejada y folclore con el doctor Guillermo Abadía Morales. Esta formación académica sólida le proporcionó las herramientas teóricas que complementarían su pasión innata por las tradiciones.

El retorno triunfal y la consolidación profesional

El regreso a Ibagué después de 34 años marcó el inicio de una nueva etapa profesional. Cecilia Mota de García, quien se convertiría en su primera clienta, la recibió con las palabras: "Ahí llegó la diseñadora de Bogotá para que nos haga los trajes del campestre". Esta frase no solo marcó el inicio de su carrera como diseñadora especializada en folclore, sino que también señaló el reconocimiento de su expertise en el tema.

El año 1986 se presenta como un punto de inflexión en su narrativa profesional. Establecida en la tercera, donde funcionaba la estancia de los Rincón Bonilla, Camelia se endeudó para adquirir máquinas de coser y formar un equipo de trabajo con personas del SENA. Esta inversión arriesgada se convirtió en la base de un negocio próspero que le ha permitido dedicarse completamente a lo que considera su vocación.

La denuncia: la pérdida de identidad en el folclore contemporáneo

"Con mucho respeto, pero la mayoría de profesores no tienen ni idea de lo que es el folclore colombiano", denuncia Camelia con la autoridad que le otorgan décadas de estudio y práctica. Su crítica se centra en la incongruencia entre la intención de rescatar tradiciones y las prácticas educativas actuales.

La contradicción que señala es particularmente grave: mientras se habla de rescate de tradiciones tolimenses, los profesores solicitan trajes brasileños, árabes y de otras partes del mundo, ignorando completamente el patrimonio local. Esta situación genera en Camelia una profunda tristeza, especialmente considerando que muchos de los conocedores auténticos del folclore ya han fallecido.

 

La nostalgia por el folclore auténtico

El contraste entre el pasado y el presente se hace evidente en su descripción de las celebraciones tradicionales. "Todo el mundo nos poníamos un distintivo, salíamos con el traje típico, no con el traje tradicional de la campesina, que no era como esos que están sacando ahora llenos de cintas fosforescentes", recuerda con nostalgia.

Las celebraciones en la Plaza de Bolívar representaban momentos de encuentro comunitario auténtico. Las danzas de Sole Osorio y otros grupos de todo el país se presentaban ante un público que permanecía hasta el amanecer, feliz de participar en estas manifestaciones culturales. Esta descripción contrasta dramáticamente con la realidad actual, donde, según su percepción, el interés genuino por el folclore ha disminuido considerablemente.

El traje tradicional tolimense: una lección de autenticidad

La descripción técnica que ofrece Camelia sobre el traje tradicional tolimense revela un conocimiento profundo y sistemático del tema. La tela base era zaraza de algodón, estampada con pequeñas flores, material que las campesinas utilizaban exclusivamente para domingos y fiestas pueblerinas. Esta especificidad temporal subraya el valor simbólico que el traje tenía en la vida comunitaria.

"En la historia de la humanidad jamás se han uniformado como quieren ahora que todos los trajes típicos sean iguales", explica, destacando que cada campesina expresaba su individualidad a través de diferentes arreglos: arandelas horizontales, en pirámides o verticales. Esta diversidad dentro de la unidad representaba una forma auténtica de expresión personal dentro del marco tradicional.

El pudor como elemento cultural fundamental

Uno de los aspectos más reveladores de su análisis se relaciona con las normas de pudor que caracterizaban a las mujeres campesinas tradicionales. "Las mujeres jamás usaban el traje más arriba del tobillo por el pudor, la camisa con cuello militar hasta la garganta, la manga tres cuartas", describe, estableciendo un contraste marcado con las interpretaciones contemporáneas.

Esta reflexión se extiende a una crítica directa de eventos como el desfile de carrozas, que según su perspectiva "no tiene nada que ver con el folclore porque nuestras abuelas, tatarabuelas y antepasados jamás salían a mostrar sus partes nobles". La propuesta es clara: estos eventos deberían llamarse guacherna, carnaval o cualquier otro nombre, pero no folclore.

Los elementos simbólicos del traje masculino

El análisis del traje masculino revela igual nivel de detalle y comprensión histórica. El sombrero cumplía la función práctica de proteger del sol y la lluvia, mientras que las alpargatas se guardaban como tesoros en baúles para ocasiones especiales. Los campesinos, acostumbrados a andar descalzos, valoraban especialmente este calzado.

El rabogallo, complemento fundamental del traje masculino, servía para secarse el sudor durante el trabajo y simbolizaba la cola del gallo. La descripción técnica incluye detalles como el uso de piola de fique en lugar de cinturones, y la función práctica de cada elemento del atuendo, desde la mochila para guardar el guaro hasta la peinilla como herramienta de trabajo.

El llamado a la resistencia cultural

"Hay que luchar los pocos que quedamos ya vivos, que amamos el folclore, porque la mayoría se han muerto", declara Camelia con la solemnidad de quien asume una misión histórica. Su posición no es meramente nostálgica, sino profundamente comprometida con la transmisión de conocimiento a las nuevas generaciones.

La defensa de las tradiciones se presenta como un legado fundamental para la juventud y los niños, "que son el futuro del mundo y de Colombia". Esta perspectiva trasciende lo meramente cultural para convertirse en una cuestión de identidad nacional y continuidad histórica.

Reflexiones finales: la autenticidad como resistencia

El testimonio de Camelia de Colombia trasciende la simple nostalgia para convertirse en un documento antropológico de primera mano sobre las transformaciones del folclore tolimense. Su lucha no es contra el cambio, sino contra la pérdida de esencia y significado en nuestras manifestaciones culturales.

La propuesta implícita en su discurso es clara: el rescate del folclore auténtico requiere conocimiento, respeto y compromiso con la verdad histórica. Solo desde esta base sólida será posible transmitir a las futuras generaciones un patrimonio cultural que mantenga su poder identitario y su capacidad de generar orgullo y pertenencia.

En un mundo globalizado donde las identidades locales enfrentan constantes amenazas de homogenización, voces como la de Camelia se convierten en faros que iluminan el camino hacia la preservación de lo auténticamente nuestro. Su batalla es también la nuestra: la defensa de las raíces como fundamento de un futuro culturalmente sólido y diferenciado.

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Fuente
Alerta Tolima