
En el sector del País, el balón ya no rueda solo. Rueda acompañado de oraciones silenciosas, de sueños que toman vuelo, de familias que se reencuentran y de una comunidad que ha decidido escribir su propia historia de transformación. Y esa, quizás, sea la victoria más hermosa que DyD podría conseguir.
El encuentro divino con el balón
Hay momentos en la vida donde el destino teje hilos invisibles que conectan corazones, sueños y propósitos. Agosto de 2025 será recordado en el sector del País, en Ibagué, como el mes en que nació algo extraordinario: la escuela de fútbol DyD (Dios y Deporte), un proyecto que ha logrado lo que muchos considerarían imposible: unir la fe con la pasión deportiva para transformar la realidad de una comunidad vulnerable.
La historia comienza con una mirada. Una mirada preocupada y llena de esperanza de un sacerdote recién llegado a la parroquia del Señor de los Milagros, quien observaba cómo los niños y niñas de su nueva comunidad navegaban entre las aguas turbias de un entorno que los amenazaba constantemente. Drogas, conflictos, pereza y la cruel ausencia de oportunidades se alzaban como gigantes dispuestos a robar los sueños de los más pequeños.
"Cuando el arzobispo me trasladó de la parroquia de los Sagrados Corazones de Jesús y de María de la Arboleda Campestre, donde había ejercido como párroco durante tres años, sabía que Dios tenía un propósito especial para mí en este nuevo lugar", reflexiona el sacerdote, con esa serenidad que solo otorga la certeza de estar cumpliendo una misión divina.
La semilla que germinó en el corazón
Durante sus años en la Arboleda Campestre, el padre Oscar había conocido al profesor Hugo, un hombre cuya pasión por el fútbol trascendía las líneas de cal de una cancha. Hugo dirigía una escuela de fútbol desde hacía varios años, y en sus ojos brillaba la misma llama que el padre Oscar veía en los suyos: el deseo genuino de formar no solo jugadores, sino seres humanos íntegros.
La providencia divina había puesto a estos dos hombres en el camino del otro con un propósito claro. Cuando el padre Oscar llegó al sector del País y analizó la realidad que lo rodeaba, supo inmediatamente que tenía que actuar. Los niños corrían peligro de perderse en las sombras de la marginalización, y él no podía permitir que eso sucediera bajo su pastoral.
"Le pedí al profesor Hugo si me apoyaba con la formación de una escuela de fútbol", recuerda el padre Oscar, y en su voz se percibe la emoción de quien sabe que está a punto de cambiar muchas vidas. "Quería proponer a la comunidad una alternativa real de formación y evangelización para nuestros niños y niñas, para que realidades como las drogas, los conflictos, la pereza y la falta de oportunidades no los hundieran en la decepción, la desilusión o la marginación".
El milagro de los 33: cuando la esperanza toma forma
Como si fuera una parábola moderna, la escuela DyD comenzó con 33 niños y niñas. Treinta y tres pequeños corazones que, sin saberlo, se convertirían en los protagonistas de una transformación que trascendería los límites de una cancha de fútbol. Cada uno de ellos llegaba con su propia historia, sus propios miedos, sus propias esperanzas.El club deportivo ATOLPORE se convirtió en el ángel guardián de este proyecto. Con una generosidad que habla del espíritu solidario que aún late en nuestras comunidades, prestaron sus canchas para que los entrenamientos pudieran llevarse a cabo. Era como si toda la comunidad conspirara a favor de este sueño que tomaba forma bajo el cielo ibaguereño.
"Cuando vimos a esos 33 niños correr por primera vez en la cancha, supimos que algo grande estaba comenzando", dice el padre Oscar, y sus palabras se llenan de una emoción contenida que solo quien ha sido testigo de milagros cotidianos puede experimentar.
Los entrenamientos se convirtieron en algo más que ejercicios técnicos y tácticos. Cada pase, cada disparo al arco, cada jugada ensayada una y otra vez se transformaba en una lección de vida. Los niños aprendían que el fútbol, como la vida, requiere disciplina, trabajo en equipo, respeto por el adversario y, sobre todo, perseverancia ante las derrotas.
El círculo virtuoso: cuando las familias abrazan el cambio
Pero la magia de DyD no se detuvo en los niños. Como ondas concéntricas que se expanden en un lago tranquilo, el impacto del proyecto comenzó a alcanzar a las familias. Los padres, que inicialmente llegaban solo para acompañar a sus hijos, se encontraron siendo parte de algo mucho más grande.
"Alrededor del entrenamiento están los padres de familia", explica el padre Oscar, "y hemos empezado a implementar algunos temas de formación humana y cristiana para que se generen mejores relaciones entre ellos como familia". Es aquí donde la verdadera revolución silenciosa toma fuerza.
Mientras los niños sudaban en la cancha persiguiendo un balón, sus padres se reunían en círculos de reflexión donde las barreras se derrumbaban y las historias personales se entrelazaban. Madres que habían perdido la esperanza en el futuro de sus hijos comenzaron a soñar de nuevo. Padres que trabajaban largas jornadas encontraron un espacio para reconectar con sus familias. Hermanos mayores descubrieron en el proyecto una oportunidad para ser ejemplo de los menores.
Más que un juego: la evangelización en acción
DyD representa una forma innovadora y profundamente humana de entender la evangelización. No se trata de imponer dogmas o recitar oraciones mecánicamente, sino de vivir los valores cristianos a través del deporte. Cada entrenamiento es una catequesis práctica donde se enseña el amor al prójimo a través del juego limpio, la solidaridad mediante el trabajo en equipo, y la perseverancia a través de la disciplina deportiva.
"La idea de extender la evangelización de la iglesia al deporte a través del fútbol", como lo expresa el padre Oscar, no es solo una estrategia pastoral, es una revelación de que Dios se manifiesta en cada aspecto de la vida humana, incluso en el momento más emocionante de un partido.
Los niños de DyD están aprendiendo que ser cristiano no significa renunciar a sus sueños deportivos, sino potenciarlos con valores que los harán mejores personas. Están descubriendo que la competencia sana, el respeto por las reglas y la celebración tanto de las victorias como de las derrotas son formas concretas de vivir el Evangelio.
El legado que apenas comienza
Aunque DyD nació hace pocos meses, su impacto ya se siente en cada rincón del sector del País. Los 33 niños pioneros se han convertido en embajadores involuntarios de la transformación. Sus sonrisas son más amplias, su disciplina más sólida, sus sueños más grandes.
Las canchas de ATOLPORE, que antes eran solo espacios deportivos, ahora son templos donde se forjan caracterès y se construyen futuros. Cada tarde de entrenamiento es una celebración de la vida, una afirmación de que es posible cambiar el rumbo de una comunidad cuando se combinan la fe, el deporte y el amor genuino por los demás.
El padre Oscar Orjuela y el profesor Hugo han logrado crear algo que trasciende cualquier medición estadística o resultado deportivo. Han demostrado que cuando la Iglesia sale de sus muros y se encuentra con las pasiones humanas más auténticas, pueden suceder milagros cotidianos que transforman no solo individuos, sino comunidades enteras.
El futuro se escribe con cada patada al balón
La escuela de fútbol DyD es más que un proyecto deportivo; es una declaración de fe en el futuro, una apuesta valiente por creer que cada niño lleva dentro de sí la semilla de la grandeza. Es la confirmación de que cuando la Iglesia abraza las realidades concretas de su pueblo y ofrece alternativas creativas y esperanzadoras, puede generar transformaciones que van mucho más allá de lo imaginado.
Cada tarde, cuando el sol se oculta tras las montañas de Ibagué y los gritos de alegría de los niños resuenan en las canchas de ATOLPORE, se está escribiendo una historia de redención y esperanza. Los 33 niños de DyD no solo están aprendiendo a dominar un balón; están dominando sus propios destinos, alejándose de los peligros que una vez los amenazaron y acercándose a un futuro donde sus sueños tienen nombre y apellido.
El padre Oscar Orjuela mira hacia el horizonte y sabe que esto es solo el comienzo. DyD ha plantado una semilla que crecerá, se multiplicará y dará frutos en generaciones futuras. Porque cuando Dios y el deporte se unen, cuando la fe abraza la pasión, cuando la comunidad se organiza alrededor de la esperanza, los milagros dejan de ser excepciones para convertirse en la norma.
Alerta Tolima te mantiene informado, tus comentarios, denuncias, historias son importantes para nosotros, conviértete en nuestros ojos donde la noticia se esté desarrollando, escríbenos al WhatsApp a través de este link
¿Quieres mantenerte informado? Agrégate a nuestro Grupo de Noticias haciendo clic aquí